Una mujer armada con un cincel contra el machismo

17 noviembre, 2015 admin Novedades .

Desde muy joven Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora, despertó la crítica y la censura de la sociedad puritana y patriarcal en la que nació el 22 de abril de 1867 en Trancas, Tucumán, según su acta de bautismo. Otra versión, ampliamente difundida por el “boca a boca”, cuenta que fue el 17 de noviembre de 1866 en El Tala, Salta. De hecho pocos saben que en su honor se celebra hoy el “Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas”.

Su figura siempre fue motivo de “el qué dirán”, era escultora, se vestía con pantalones o bombachas de gaucho, fumaba y se trepaba a los andamios para dirigir a los obreros y montar sus obras monumentales en una época donde la mujer estaba destinada a cumplir un papel decorativo detrás del hombre. Su vida se convirtió en un mito que está plagado, como es de esperarse, de innumerables imprecisiones e invenciones que pretenden desacreditar su trabajo o agraviar su imagen: que era amante de Roca y por eso se le otorgaron los principales encargos, que era bisexual y por eso se casó grande y con un hombre 17 años menor que ella, entre otras cosas.

Lola Mora es la hija de una familia acomodada, que muy joven quedó huérfana y a cargo del esposo de su hermana. Si bien no pudo ir a una Academia, se le permitió asistir a clases particulares de pintura y pronto demostró sus dotes artísticas, las cuales les permitieron obtener una beca que otorgaba su provincia, algo inédito para una mujer, para perfeccionarse en Roma. Allá descubrió que su verdadera pasión, acorde con su personalidad irreverente y vanguardista, era la escultura.

No sólo se atrevió a tallar enormes bloques de mármol a puro martillo y cincel y con una habilidad y destreza admirables, convirtiéndose en la primera escultora de América Latina, sino que también sus esculturas fueron reconocidas por su precisión, gracia y belleza. Sin embargo, durante mucho tiempo sus más grandes obras fueron despreciadas, llamadas “mamarrachos”, exiliadas en lugares inhóspitos o directamente ocultas de la mirada de la “gente bien”. Es que no podían tolerar la sensualidad y la voluptuosidad de las figuras femeninas que exhibían con orgullo su brillante desnudez en los espacios públicos de las ciudades más importantes del país.

Es lo que sucedió con la Fuente de las Nereidas, su trabajo consagratorio, que iba a ser colocada en Plaza de Mayo. Los moralistas y defensores del “buen gusto” estaban espantados ante su versión del nacimiento de Venus, con tantos desnudos frente a la Catedral, y debió deambular por un tiempo hasta encontrar un destino menos privilegiado en la Costanera Sur. En Rosario proyectó realizar una obra para el Monumento a la Bandera pero, en coincidencia con su caída en desgracia, su contrato finalmente fue rescindido tras más de 15 años de conflictos. Por suerte hoy podemos ver algunas de sus esculturas que engalanan el Pasaje Juramento como muestra de lo que podría haber sido.

Las trabas y contratiempos que se le presentaron en su trabajo, sumado a su espíritu aventurero y decidido, la llevaron a probar suerte con la búsqueda de petróleo, la minería y las investigaciones en cinematografía, emprendimientos que la dejaron en bancarrota. En los últimos años, vivió con sus sobrinas en Buenos Aires que la cuidaron hasta su muerte en 1936. Por suerte, de a poco, su genio y su arte van siendo reconocidas y su vida, libre e independiente para una mujer de principios de siglo XX, reivindicadas. Nos sumamos a la celebración de este día de la escultora y el escultor recordando entonces a esta figura que demostró que no hay nada que la mujer no pueda hacer al igual que el hombre.